07 diciembre 2011

La Obra de Dios en un Corazon Limpio




LA OBRA DE DIOS EN UN CORAZON LIMPIOº             
Es hermoso saber que el señor ama nuestro corazón, ama nuestra vida y quier estar en ella y hacernos parte de su gloria. Que hemos sido creadas con un propósito el propósito que el ideo para nosotras, no el de nuestra mente, es hermoso vivir en este tiempo en ecual cual el señor se revela a nosotros atraves de su palabra y su espíritu santo hermoso y nos da su amor si instrucción, Dios quiere obrar no nada mas en nuestra vida si no en la de nuestra familia también.
Las Escrituras nos dicen que tenemos que conocer los trucos y las tácticas engañosas del diablo Porque no seamos engañados de Satanás: pues no ignoramos sus maquinaciones. (2 Corintios 2:11)
Así que, ¿cuáles son los métodos que el enemigo usa para debilitar nuestra fe a través del miedo? El método de la "acusación" y el de la "condenación", tisteza, amargura, resentimiento, rencor, arma mil artimañas y se aprovecha de nuestro desconocimiento o de debilidad.
Satanás primero acusa, formula cargos a una Mujer por alguna falta, fracaso o debilidad en nuestra vida. La acusación puede ser verdadera o falsa. En cualquiera de los casos, si la aceptamos, nos sentiremos culpables e inadecuados. Hemos sido llevados bajo el temor del juicio o de la condenación.
Necesitamos tener la convicción y la capacidad para discernir o conocer la diferencia entre: la convicción del Espíritu Santo y la condenación del diablo.
El Espíritu Santo "nos convencerá" de pecado por medio de señalárnoslo claramente. Una vez que veamos nuestra culpa, nos arrepentiremos (nos apartaremos del pecado). El arrepentimiento verdadero, hace que nos sintamos adoloridos por haber pecado contra la ley y el amor de nuestro Padre Celestial.
El Espíritu nos llevará, entonces, a confesar nuestro pecado y a recibir el perdón de Dios. De esta manera somos restaurados al gozo de nuestra salvación.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad. (1 Juan 1:9).-
No solo nos limpiara de toda maldad si no también de todo mal pensamiento, palabra y acciones contrarias a la voluntad de nuestro Padre. Pero esto requiere de un arrepentimiento y una confesión delante de El.
A ti, á ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos: Porque seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. Purifícame con hisopo, y será limpio: Lávame, y seré emblanquecido más que la nieve. Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; Y renueva un espíritu recto dentro de mí. Vuélveme el gozo de tu salud; Y el espíritu libre me sustente.
(Salmos 51:4, 7, 9, 10, 12,)
Allegaos á Dios, y él se allegará á vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros de doblado ánimo, purificad los corazones. (Santiago 4:8)
Satanás, sin embargo, "nos acusará y condenará", tanto por nuestros pecados como por nuestra debilidad. A veces ni siquiera somos culpables de las cosas de las que nos acusa. De cualquier manera su propósito es llevarnos hacia sentimientos de hundimiento y desesperación. Desea que pensemos que Dios nos ha cortado de Su lado y que tenemos poca esperanza para el futuro. Si no nos puede llevar tan lejos, buscará mantenernos bajo una incómoda desaprobación divina. Su deseo, es hacerlo para debilitar nuestra fe, de manera que no nos sintamos lo suficientemente fuertes espiritualmente como para enfrentarnos con él en la lucha.
Esto es lo que el Apóstol Juan nos enseña: "Si nuestros corazones no nos condenan, entonces tenemos fe para con Dios" (1 Juan 3:21).
Si nuestro corazón se siente pesado por la condenación, nuestra fe será débil o nos sentiremos sin fe. Sin fe, no lucharemos. Esto es lo que el diablo desea: un cristiano que no luche ni resista.
Jesucristo quiere enseñarnos a luchar y a resistir al diablo, y ser testigos de El y de su Espíritu Santo el cual nos a dado para obedecerle. Para poder resistir al diablo primero necesitamos someternos a Dios. Someteos pues á Dios; resistid al diablo, y de vosotros huirá. (Santiago 4:7) al luchar contra el , y rechazar sus obras de nuestrea vidsa y marcarle nuestra posición como hijas de Dios.
Debemos entender k muchas de las cosas k nos apresionan a las obras de satanas en nuestra vida es por l adesbediencia de nuestro corazón, Jesucristo no sha marcado un camino a seguir pero nuestras ideas o caprichos se van por otro muy alekado a la voluntad de Dios. Es necesaria la Obediciendia para que Dios obre en nuestro corazón y por lo tanto en todas las obras de nuestra vida.
Y respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es menester obedecer á Dios antes que á los hombres. (Hechos 5:29)
Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios á los que le obedecen. Ellos, oyendo esto, regañaban, y consultaban matarlos. Entonces levantándose en el concilio un Fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerable á todo el pueblo, mandó que sacasen fuera un poco á los apóstoles. Y les dijo: Varones Israelitas, mirad por vosotros acerca de estos hombres en lo que habéis de hacer. Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien; al que se agregó un número de hombres como cuatrocientos: el cual fué matado; y todos los que le creyeron fueron dispersos, y reducidos á nada. Después de éste, se levantó Judas el Galileo en los días del empadronamiento, y llevó mucho pueblo tras sí. Pereció también aquél; y todos los que consintieron con él, fueron derramados. Y ahora os digo: Dejaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo ó esta obra es de los hombres, se desvanecerá: Mas si es de Dios, no la podréis deshacer; no seáis tal vez hallados resistiendo á Dios. Y convinieron con él: y llamando á los apóstoles, después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y soltároslos. Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar á Jesucristo.
(Hechos 5:32-42)
El corazón contaminado de aquellos Israelitas los hacia estar en contra de Dios. Y solo un corazón contaminado se opone a la obra de Dios. Esto quiere decir que lo que es de Dios permanece, y lo que no es de Dios se desvanece.
Todo cristiano debe hacerse extremadamente sumiso al Espíritu de Dios. La principal preparación para el pulpito es la oración y la pureza del corazón. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
(Salmos 51:10)
La pureza de corazón consiste en no tener en él nada que sea contrario, ni tan siquiera un poco, a Dios y a las operaciones de su gracia. Todo cuanto hay de creado en el mundo, todo el orden de la naturaleza ytambién el de la gracia, todo el orden de la Providencia, todo ello tiende a quitar de nuestras almas lo que es opuesto a Dios. Porque jamás llegaremos a Dios mientras no haya­mos corregido, cercenado y destruido, en esta vida, lo que sea contrario a Dios.
La pureza del corazón es el gran camino de la perfección. Debemos poner todo nuestro interés en purificar nuestro corazón, porque ahí está la raíz de todos nuestros males. ¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado? (Proverbios 20:9)
Para imaginar lo necesaria que nos es la pureza de corazón, es preciso comprender la corrupción natural del corazón humano. Hay en nosotros una malicia infinita que no vemos, porque no entramos nunca seriamente a examinarnos a nosotros mismos. Si lo hiciéramos, encontraríamos un número incontable de deseos y de apetitos desarreglados de honor, de placer, de comodidades. Estamos tan llenos de ideas falsas y de juicios erróneos, de afectos desordenados, de pasiones y de malicia, que sentiríamos vergüenza de nosotros mismos si nos viésemos tal como somos. Imaginémonos un pozo cenagoso del cual le saca agua incesante­mente: al principio todo lo que se saca casi no es sino barro; pero a fuerza de sacar, se purifica el pozo y el agua irá saliendo cada vez más limpia; de manera que al final saldrá ya completamente pura y cristalina. No de otra manera: trabajando sin cesar en purificar nuestra alma, el fondo se va descubriendo poco a poco y Dios manifiesta su presencia en ella por los poderosos y maravillosos efectos que opera en el alma. Cuando el corazón está bien purificado, Dios llena de su santa presencia y de su amor el alma y todas sus potencias, la memoria, el entendimiento y la voluntad. De ese modo la pureza de corazón lleva a la unión divina. Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán á Dios. (Mateo 5:8)
Todas las cosas son limpias á los limpios; más á los contaminados é infieles nada es limpio: antes su alma y conciencia están contaminadas. (Tito 1:15)
Dios está dispuesto a concedernos toda clase de gracias con tal de que no le pongamos obstáculos.
Únicamente purificando nuestro corazón, es como destruiremos todo lo que impide la acción de Dios. De forma que, quitados los impedimentos, casi no podemos ni imaginar los admirables efectos que Dios obra en el alma.
A ninguna de las prácticas de la vida espiritual se opone tanto el demonio como al trabajo para conseguir la pureza de corazón. Nos deja hacer algunos actos exteriores de virtud, como ir a los hospitales y a las prisiones, porque a veces con esto nos quedamos satisfechos, y no sirve más que para engreídos, y para acallar el remordimiento interior de la conciencia; pero no puede soportar que fijemos los ojos en nuestro corazón, que exa­minemos sus desórdenes y que nos apliquemos a corregirlo. Sin un corazón purificado toda nues­tra potencia está infinitamente desordenada; mas no nos gusta conocer su desorden, porque este conocimiento nos humilla.
El orden que hay que seguir para purificar el corazón, es, primeramente, darnos cuenta de los pecados y corregirlos. Segundo, observar los movimientos desordenados de nuestro corazón y ordenarlos. Tercero, vigilar los pensamientos y regularlos. Cuarto, conocer las inspiraciones de Dios, sus designios, su voluntad y animarse para cumplirlos. Todo esto debe hacerse con la ayuda del Espíritu Santo en oración, uniendo a ello el amor a Nuestro Señor.

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