
¿Esperamos
que bondad infinita fluya hacia nosotros proveniente de los demás? ¿Nos
desilusionamos cuando eso no ocurre? ¿Asumimos que la gente debería de
tratarnos de acuerdo a nuestras demandas “justas”? ¿No debería la gente
saber nuestras buenas intenciones y actuar de acuerdo a ellas?
No es secreto. No nos juzgamos a nosotros mismos en base a lo que hemos hecho, si no en base a nuestras “buenas intenciones”.
Simplemente, ignoramos nuestras acciones y nos juzgamos a nosotros
mismos en base a nuestras propias intenciones. Otra gente no nos juzga
de esta manera. Nos juzgan en base a nuestras acciones, o mejor dicho,
en como perciben nuestras acciones. Y, por supuesto, así es exactamente
como juzgamos a otros también.
Eso
explica en gran manera el desorden en el cual estamos inmersos. Y que
algunas veces es el deseo de ser vistos de la manera en la que deseas
ser visto y respetado como tu quisieras ser respetado. Esto no es una invitación para ser una persona que se deja pisotear, sino a dejar la idolatría hacia nosotros mismos.
Considera a Jesús por un momento;
el Dios-hombre que tenía todo derecho de demandar ser visto por quien
realmente era, se rebajó mientras caminó por la tierra y sirvió a
pecadores como tú y como yo. Fue aún más lejos y se humilló a sí mismo
al punto de muerte en una cruz por las propias manos de su creador.
Sorprendentemente, hay buenas noticias aquí; Jesús es el ejemplo
perfecto y también el cumplimiento de la ley de nuestra conducta. Él nos
da su propia justicia y el Espíritu Santo para llenar nuestros
corazones para ser más como Él. ¡Nuestra justicia ni siquiera es
nuestra! ¿Cómo podemos demandar a otros tratarnos de acuerdo a lo que no
es nuestro?
La
gente no siempre nos va a ver de la manera que queremos ser vistos, y
siempre demandar eso de los demás es tomar el lugar de deidad. Cuando
solamente queremos hacer nuestra voluntad no podemos amar a gente como
Jesús – particularmente a la gente que nos lastima…
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